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28 de septiembre de 2013

MONÓLOGO CON UNA FOTOGRAFÍA PREVIO A PRENDERLE FUEGO*


Hoy la vi y tenía un rostro 
ajeno al que yo amaba.
Silvio Rodríguez

Dicen que los momentos más importantes en cualquier relación interpersonal son el primer hola y el último adiós, pues ambos marcan un hito en la historia de sus protagonistas.

¡Y hay que ver lo inútiles que somos algunos para eso de las despedidas! Sobre todo cuando no son deseadas, aunque sean necesarias ora por salud mental, ora por salud cardiaca... Se toma ese último momento que marca el adiós y lo estira uno como si fuera de goma hasta el máximo. Uno no sabe qué hacer con las manos ni dónde ponerlas. Simplemente son dos estorbos. Y vienen los balbuceos, las voces entrecortadas; y vienen los silencios incómodos y las reiteraciones y viene la evasión del contacto visual, y la espera fútil de que la contraparte tome alguna acción providencial que modifique de tajo el estado de cosas, como que de la nada nos abrace y se aferre a nosotros para no dejarnos ir, pero nada ocurre. Sólo esa mirada de hastío en espera de que, finalmente, uno dé la media vuelta definitiva y se vaya con los recuerdos hechos bola, como una hoja de papel arrugada en el bolsillo de la garganta,  una sensación líquida trepándole a los ojos y con las esperanzas hechas jirones.

En mi caso me prometí amnesia sensorial para ya no recordar tus sabores, colores, humores y tactos. Renunciar a ti de manera absoluta. También deseché la malicia con que deseaba que tu boca retuviera el gusto de la mía, como una maldición que te impidiera saborear nunca más otros labios, y que tu insomnio llevara siempre mi nombre oculto para asaltar tus sueños en las noches menos pensadas. Y no sería así si no te quisiera. Sin embargo, dado que te gusta tanto el silencio, a partir de hoy te regalo todo el mío y el de mis letras. No derramaré una gota más de tinta en tu nombre y penalizaré severamente a mi boca si se atreve a volver a proferirlo.

Yo sinceramente no sé qué es el amor. Por un momento creí que eras tú. Ahora sé que sólo que eras un débil reflejo de la posibilidad y un buen pretexto para escribir, porque en la fantasía que construí contigo como materia prima cabía tanto lo más sublime como el más exquisito de los horrores; la paz y la guerra. Lo luminoso y lo oscuro. La felicidad y la decepción. El recuerdo y el olvido.

No sé aún si te amé o simplemente te quise (el deseo siempre existió y  ese, cuando no se ha saciado, jamás se extingue). Lo que sí puedo asegurarte con toda certeza, es que fuera lo que fuera, el sentimiento era absolutamente legítimo y poderoso. Como si en verdad te lo hubieras ganado con acciones, cuando en realidad simplemente te lo obsequié. Tal vez esa gratuidad y ese desbordamiento de emociones herrumbraron tu interés. Lo sé. A nadie le interesa valorar las cosas fáciles ni gratuitas. Dicen que a las mujeres “hay que tratarlas bien porque sino se enamoran de uno” ¡qué tremenda realidad!

Ahora sólo (solo) me pregunto acerca de cuál es la media de tiempo que le lleva a una persona olvidarse de otra, pues necesito prepararme para purgarta de mi mente, ahora que te he drenado de mi corazón.

Es curioso cómo después de que cada palabra tuya fuera para mí un impulso que activaba mi sonrisa, ahora el recuerdo de tu voz, otrora para mi oído la música más hermosa, se ha desafinado y sólo es un murmullo ininteligible que llega débil, de lejos... Sin embargo, no puedo negar que, aun así, de vez en cuando echaré de menos ese sabor tan dulce de la mentira que coexiste en relación simbiótica con tu lengua.

Sé perfectamente que esto no te causa la más mínima mella –ni es el objetivo de estas líneas. ¿A razón de qué? ¿con qué derecho?- sólo es un desahogo que se quedará entre este trozo de papel y yo. Una despedida sin adiós.

Hoy terminarán los soliloquios murmurando tu nombre al viento, bajo la lluvia, en días nublados y soleados o noches sin luna y estrelladas, pensándote, llamándote, para no obtener sino silencios por respuesta. Hoy culminan las esperas vanas.

De todo lo planeado contigo y para ti, ahora sólo me resta la nostalgia por los tantos besos y las tantas palabras  que se nos quedaron en la boca, por los días en que hubiéramos caminado, reído, soñado, imaginado, conocido, saboreado… ¡vivido! En fin por todas las ganas acumuladas. Sólo un despropósito. Añoranza por un futuro que jamás será real, al menos aquí.

Si hay algo que lamento de todo esto es no haber tenido nunca la más mínima oportunidad de acercarme a tu corazón que, a saber, está más dañado que el mío. Cada uno de nosotros tomamos decisiones y éstas, pensadas o no, impactan en la estabilidad de nuestro mundo microcósmico, a veces con consecuencias imprevistas y desastrosas. Lamento lo que sea que te haya ocurrido y que endureció tanto tu corazón y obnubiló tus ojos. Ojalá en algún momento lo superes.

Pero no te confundas. No te guardo ningún rencor. Por el contrario, deseo para ti que nadie despierte en tu corazón los sentimientos que despertaste en el mío sin que seas correspondida. Deseo para ti que jamás esperes en vano. Que jamás seas ignorada. Que nadie haga nunca escarnio de tus sentimientos ni te exhiba cobardemente a tus espaldas ante otros que nada saben de lo que ocurre en tu corazón o en tu cabeza. Que no tengas motivos para construir historias en tu imaginación que te hagan estrellarte contra la realidad. Que la persona dueña de tus afectos jamás se sienta incómoda o avergonzada de ti porque la busques o desees estar a su lado. Que a cambio de oraciones completas no recibas monosílabos en una “conversación” o, peor aún, silencios. Que la incertidumbre no enraice jamás en tus días.

Te miro y me miro en posibles encuentros en otros mundos, en realidades paralelas donde el tiempo y la historia discurren de otra manera con múltiples finales. En uno de esos mundos jamás se intersectan nuestras líneas de vida y pasamos de largo, una y otra vez, irremediablemente, sin siquiera tomar nota de nuestras respectivas existencias, ni cruzar mirada. En otro tú ya habías muerto antes de nacer yo. En uno más, somos felices. En este… No, en este, nada.

Hoy se cumple un ciclo solar completo desde aquel primer beso que caló hondo en mí. Que inspiró una partitura de palabras escritas una a una contigo en mente, hasta que la tristeza se apoltronó en mi estancia al enterarme de cosas que jamás hubiera querido tener noticia. Deberías haberlo previsto. Tarde o temprano uno siempre va a enterarse de lo que no desea y por las vías más insospechadas.

Ahora, tras la inmensa brevedad de estos 365 días transcurridos, deseo darte algunos consejos. Dado que una persona enamorada funda una nueva religión que rinde culto a una sola divinidad, no seas como yo. No permitas que tu vida se rija por el corazón. No descubras tus sentimientos ante nadie, pues ello te hará vulnerable.  Recuerda que, a diferencia de los cuentos de hadas, en la realidad (al menos en esta) los inicios son los felices, no los finales. No regales tus afectos y cuando lo hagas asegúrate de que quien los reciba haya tenido que ganarlos con muchísimo esfuerzo y dedicación.

Tomaré de ti lo que queda. La parte de tu corazón que no está envenenada. Las sonrisas que permanecen aún intactas en tu boca y la caricia no usada que conserva tu mano, para cuidarlas como se cuida a una planta cuando comienza a crecer, tan solo por si acaso…

Quizás te sueñe de nuevo alguna vez. De ser así simplemente te besaré sin decir palabra. Despertaré descansado, con una sonrisa, porque al fin podré haberme despedido de ti, y regresaré a mis letras, mis universos de tinta que amoldo y acomodo para darle vida a lo inexistente, como lo hice contigo. Y tú habrás sido sólo un sueño de esos tantos que se olvidan al despertar y, por más que te esfuerzas, jamás vuelves a recordar, pero que te hacen sonreír todo el día.

Sólo una última cosa: sabe que jamás me di por vencido, simplemente recibí con claridad tu mensaje.

Sea pues. Fin del drama.

*Texto anónimo encontrado entre las hojas de un libro extraído de una biblioteca pública.

16 de septiembre de 2013

LOS ACARREADOS


“…Qué fácil es protestar
por la bomba que cayó
a mil kilómetros del ropero
 y del refrigerador.”

Silvio Rodríguez

Los acarreados no son traidores sino menesterosos. Muchos de ellos son “los nadie” de quienes habla don Eduardo Galeano, los remisos de la Revolución. Los jodidos que nadie desea ver y a los que nos resulta más fácil volver invisibles porque su presencia insulta la mirada. Son los mexicanos de cuarta, los desplazados, los carentes de identidad, los que nos hacen ver mal ante los ojos del extranjero, los ignorados a quienes, como si en automático eso nos hiciera mejores por comparación, llamamos despectivamente vendepatrias, nacos,  chundos, proles, indios patarrajada y otras lindezas, cuando sólo son otro tipo de “ninis” para los que una torta y un refresco pueden representar todo el alimento del día y los “pinches trecientos pesos por los que se venden”,   marcar una diferencia en sus vidas.

Camino entre ellos. Me detengo y finjo buscar a alguien, como un ardid para escuchar sus conversaciones. Casi a todos les preocupa saber cuándo les darán los centavos que les prometieron por estar allí, por trabajar como público. Por alquilar lo único que tienen de valor: su tiempo. Muchos calzan huaraches o zapatos baratos de plástico y sus pies acusan un severo maltrato. La mayoría tiene rasgos indígenas y todos, de una u otra forma, manifiestan pobreza y abandono. Hay algunos que  apenas y mastican el español. 

Se les ve cansados, sus humores son fuertes, más no creo que sean sucios por gusto sino por carecer de los medios para asearse o quizás porque llegaron de muy lejos. ¿Desodorante, enjuague bucal, loción, jabón perfumado de tocador? Esos son lujos que, con sólo ver a algunos de ellos de bulto, se puede intuir que jamás han conocido. Tal vez, incluso, ni siquiera tengan agua corriente a disposición en sus lugares de origen.

También se ven personas de la tercera edad que fueron llevadas con la promesa de un poco de esparcimiento, y a quienes por su condición de abandono y falta de espacios para trabajar tampoco les cayó mal ni el lunch ni el dinero.

No creo que tengan mucha idea del significado real de sus acciones para quienes los “contratan”, y estoy seguro de que no tienen nada en contra de los maestros desplazados del Zócalo al Monumento a la Revolución, así como de que desconocen incluso la propuesta de una nueva miscelánea fiscal que, en sus condiciones tan depauperadas, aun de ser aprobada, ¿cómo podría afectarlos?

¿Dónde y cómo vivirán los acarreados? ¿Cómo serán sus casas, sus muebles? ¿Cómo será vivir en sus zapatos? ¿Dónde dormirán? ¿Qué comerán y cada cuándo lo harán? ¿Qué soñarán? ¿Cómo es que terminaron así, o será que simplemente son herederos de una pobreza generacional que se ha trasminado de sus genes a sus bolsillos desde tiempos ancestrales? ¿Qué significado pueden  tener para ellos conceptos como “Independencia” y “Revolución”?

Los acarreados son culpables de inocencia, de pobreza extrema, de falta de oportunidades, de marginación e indefensión. Son víctimas de la corrupción, de la ignorancia, de la incapacidad de nuestros gobernantes…

Yo me pregunto si vendería unas horas de mi tiempo para legitimar una farsa política y me respondo que sí. Sí, si no tuviera más que bocanadas de aire para comer no me caería nada mal la bolsita con la torta fría engañada de jamón, el boing y la naranja que les dieron a todos, porque el hambre no tiene filiaciones políticas ni sabe de ideologías. Sí, si ello significara poder comprarle un poco de alivio a alguien que amo con un medicamento. Sí, si supiera que esos centavos podrían ser los únicos seguros en mucho tiempo. Sí, si mi realidad fuera como la de ellos.

Habrá quienes piensen que esto es un melodrama o una exageración, pero no es ni una ni otra cosa. Ni tampoco una apología de la pobreza ni un elogio de la lástima. Es sólo una reflexión a partir de lo que vi en la realidad, no en las redes sociales, no en la televisión.

Como sociedad que condena y señala con el dedo a los acarreados también somos responsables por su miseria. Somos cómplices por omisión. Y sí, cierto es que también el gremio de los acarreados está infiltrado por los ganapán, oportunistas para quienes hacer bulto es sólo una manera de obtener dinero fácil, pero son los menos. Cierto es también que todos somos acarreados de alguna u otra forma, pues cuando se vive en sociedad no hay opción al respecto…